Blog: Kaizen
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Artículo publicado en EL MUNDO.

Hace algunos días, en uno de los programas que dirige Jordi Évole, este preguntaba a un grupo de jóvenes sobre cómo se veían cuando tuviesen cuarenta años. Todos coincidían en la idea de que tendrían un empleo y proyecto de vida estable.

Si revisamos la teoría de las jerarquías de necesidades de Maslow, la necesidad de seguridad se encuentra en los límites más bajos de la pirámide, lo que significa que se trata de una necesidad básica de los individuos. Por tanto, es lógico que quien nos inculca los valores en nuestro proceso de socialización, esto es, la familia, haga una «apología» permanente de este asunto: ¿A quién no le suena la frase de que lo debemos de hacer es tener un trabajo fijo y estable?

¿De verdad es posible pensar en un trabajo fijo y estable en un mercado cada vez más global y competitivo? ¿Es prudente infundir este concepto entre los más jóvenes, y no tan jóvenes, contribuyendo a crear una percepción de abismo si uno no logra un trabajo estable?

Con este planteamiento ¿En qué medida estamos contribuyendo al aprendizaje de herramientas que nos hagan más competentes al cambio? Daniel Goleman habla de que el factor determinante no es ni el cociente intelectual, ni los diplomas universitarios, ni la pericia técnica: es la inteligencia emocional.

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Personalmente, considero que es un error orientar a los más jóvenes hacia la idea de estabilidad versus la idea de adaptación al cambio. Quienes se hayan instalados en el concepto de la estabilidad desconocen que es la inestabilidad la que nos obliga al aprendizaje de nuevas competencias, a conocer nuevos escenarios, nuevas personas, nuevas experiencias de vida. En definitiva, a ser más y mejores, a vivir más y tener una mejor capacidad de adaptación al cambio.

Por lo general, en la universidad, siempre hablamos de los casos de éxito de Apple, Microsoft o Zara, pero olvidamos los cientos de miles de casos de proyectos que no ven la luz y de los que fueron «grandes» pero que por no haber sido capaces de adaptarse al cambio acabaron extinguidos.

Arrastramos las secuelas de una dura crisis de la que muchos, que creían que tendrían un empleo para toda la vida o simplemente se creían intocables, han visto que, como todo el mundo, son de carne y hueso: tocables.

Esta no ha sido la última crisis. Vendrán más y no por ello hay que instalarse en el miedo, sino en una visión de aprendizaje permanente que nos permita redescubrir nuevos escenarios. Nuevas experiencias que nos harán crecer como personas y con las que, incluso, aprenderemos a ser un poco más felices. Bienvenido el cambio.

Eduard Amorós Kern. KAIZEN GROUP

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